El costurero

Amelia podía heber sido araña-viuda pero el entorno la transformó en abeja-reina-madre-viuda. Aún así, tejió. Zurció. Y remendó, mucho.
Su costurero era su tesoro y, un poco, el mío. El huevo de madera fue mi peonza. Su alfiletero, mi maraca. Sus tijeras, mis impertinentes. Y entre "¡eso no se puede","¡te pincharás!", "¡te cortarás!", pase muchas tardes esperando llegar a la edad que me permitiese "echarle un firma" al brasero, pincharme con lo que me diese la gana y no cortarme un pelo con las jodidas tijeras.


Dedicada a Fernando Sanmartín