Tengo seis años y "el diablo en el cuerpo", dicen mis papás. "Como no cambies, te venderemos al chino". En fechas similares a las que estamos, en "las ferias", mi padre me aproxima a un tenderete regentado por un chino que le pregunta a mi papá "¿me vende este niño?". No me vendió, pero el impacto aún me dura. Ya en casa, arrodillado en el suelo y apoyados mis codos en la colcha que cubría mi cama, observaba los dibujos del tejido cobrizo que mostraban escenas de vida oriental. Empecé a imaginar lo que me esperaba y desarrollé una gran cuiosidad por ese mundo. Hoy sigo tirando del hilo y sobrevivo como puedo a mi familia que, envejecida, sigue dando mal. Y a la que quiero, como es debido.