Arbofilia


Cuando era un niño de cinco años, un árbol era una fábrica de horquetas, la estructura básica para hacerme un tirachinas, arma imprescindible para llegar a ser un hombre de las orillas del Huerva. Más crecidito, pero todavía de pantalón corto, estando en la higuera de Pepe Boldo, probé el sabor caliente y salado de una breva, recién caída (mi mínima corpulencia), con mis lágrimas. Me lo habían avisado: tingues cura que et caurà i et donaràs un cop. El chichón no me desanimó. Fui cogiéndole el gusto a la madera: mis primeros polos de limón libados hasta la última esencia. Los mangos de los futbolines de La Unión. Los escondites perfumados de resina en la serrería del señor Bosch.
Así empezó una afición a la que no he puesto freno. Hablo con los árboles. Estoy loco por ellos y, si me han de encerrar, que sea en el Jardín Botánico de Madrid.
He leído confesiones de arbofilia a personas muy respetables: Joaquín Araújo,

http://www.joaquinaraujo.com/

Andrés Ibañez, Miguel Ángel Blanco. Me gustó mucho la sutil percepción de la sombra del plátano del arquitecto Óscar Tusquets Blanca.

http://www.tusquets.com/

En Ailanthus City hay una persona que también muestra estas inclinaciones: Javier Delgado.

http://ulises.blogia.com/